CABORCA
2018
“El trabajo presentado en Caborca examina el territorio como un orden fragmentado en dominios simultáneos que se organizan alrededor del desplazamiento de materia y de mercancías. De ahí que decidiera concentrarme en cinco elementos: polvo, cercos, brechas, piedras y montículos. Estos son, en cierta forma, el respaldo y la manifestación material de las políticas y economías de este paisaje. Al mismo tiempo, funcionan como pequeñas fronteras plegadas que muestran y ocultan, en las diversas caras de sus pliegues, formas inusitadas de generar valor.
Aunque detrás de estos elementos hay motivos geográficos –el municipio de Caborca tiene costa en el golfo de California y frontera con Arizona–; geológicos –es una de las regiones auríferas más ricas de Latinoamérica–; y económicas –es una importante región agrícola y también clave en el trasiego de mercancías–, la exposición no es temática: no busco hablar sobre Caborca. En cambio busco pensar, a partir de los elementos que decidí registrar, cómo se manifiestan materialmente las fronteras internas de un territorio en constante cambio y cómo están ligadas a dinámicas de explotación y vaciamiento.“ Entrevista completa: https://horizontal.mx/todo-el-espacio-es-una-cadena-de-privatizaciones-entrevista-a-miguel-fernandez-de-castro/
“Caborca no es paisaje: no es la naturaleza panorámica que la mirada de un soberano absoluto abarca y unifica, ni la escenografía frente a la que transcurre la historia. Caborca es un territorio desagregado en componentes que no alcanzan a sintetizarse en un todo homogéneo, donde las cosas gravitan hacia varios centros.
Sobre este terreno, que es a la vez dominio y mercancía, se traslapan tiempos y regímenes de índoles muy distintas. Está por un lado el orden elemental fundado por la apropiación de la tierra que se hace visible en la geometría llana de los cercos. Pero las vetas minerales, las brechas y el espacio aéreo transgreden ese orden y establecen sus propias reglas, escalas y dueños. Unas piedras amontonadas al pie de un cerco —solas en aquella vastedad, tan compactas hoy como hace un millón de años— pueden a la vez indicar la cercanía de los placeres auríferos y ser una señal apresurada de que ese segmento de cerco en realidad es una puerta para el trasiego.
La descomposición del paisaje en elementos no es tan solo el espejismo de soberanías múltiples, es el efecto material del proceso permanente de producción de valor, que aquí implica casi siempre la descomposición de algo: trituración, quema, fricción, erosión. Por un lado, se desintegra y filtra la materia, se separa obsesivamente lo que es valioso y lo que es escoria, para después regresar sobre los montículos de escoria y repetir el procedimiento, una vez, dos veces, diez veces. La técnica humana emula así la geología y se permite crear en tres años un cráter y un cerro. Y sobre estos terrenos casi exhaustos deambulan después los espigadores del oro que recuperan migajas soplándole al polvo. Por otro lado está el valor que se produce en los umbrales, la ganancia de cruzar cercos, puertas, fronteras. En este caso se trata de que las mercancías circulen, que desborden la rigidez de las carreteras y se adentren en el sistema nervioso de las brechas, donde mandan otros. En ambos casos la plusvalía es proporcional al desgaste. Tanto en la filtración como en la circulación el residuo es siempre el mismo: polvo.
La devastación tiene sobre todo un ritmo repetitivo, reitera mil veces un gesto simplísimo. Pero aquí también hay fuerzas fulminates que irrumpen de pronto e inauguran otro tiempo. Se sabe porque la ruinas no terminan de asentarse y mientras no se apague el escándalo de la batalla los carros quemados no podrán reposar en la oxidación milenaria. Es posible que el fin de los tiempos ya no llegue, pero aun así hay un vago sentido de espera en las columnas de humo, como si algo hubiera comenzado a contraerse.” -Natalia Mendoza